En su segundo mandato presidencial, Donald Trump ha redoblado su apuesta por una gepolítica de las grandes potencias, donde la ley del más fuerte se impone en las relaciones internacionales. El objetivo es repartirse el mundo en esferas de influencia con otras grandes potencias, como China y Rusia. Prescindiendo para ello del multilateralismo, pasando por encima del derecho internacional y atacando incluso a sus tradicionales aliados. Una estrategia que podría aumentar el desprestigio de Washington. Y al mismo tiempo beneficiar a su máximo rival por la hegemonía global: China, que podría intentar ocupar el hueco que deja Estados Unidos como garante del orden internacional.