El aleph es un excepcional dispositivo óptico; su usuario, un personaje
llamado Borges; su objeto, el inconcebible universo. En otras palabras:
aquello que no es posible concebir podría, de todas maneras, ser visto, por
acción de instrumentos y circunstancias excepcionales. Se trata de la relación
entre percepto y concepto, para decirlo en términos de William James. La
prueba de la destreza del narrador es el momento en que debe enumerar lo
que, inconcebiblemente, ha visto, reduciendo la inabarcable totalidad a una
secuencia de unidades diferenciadas, limitadas y discretas. Así, por un lado,
el aleph (letra, alfabeto, escritura) puede ser pensado como emblema de la
literatura. Por otro, invirtiendo el sentido de la lente, la visión da cuenta de
su agente, un tal Borges: de sus debilidades, de sus frustraciones y de sus
coartadas.