Laia murió asesinada cuando salía de casa de sus abuelos: confirman la prisión permanente para el "monstruo" que la mató.
La pequeña tenía 13 años, un vecino la raptó cuando bajaba por la escalera del portal | "Hay veces en que un sepulcro encierra dos corazones en el mismo ataúd", lamenta su madre.
Un foto de Laia junto a las múltiples pintadas que se hicieron en su honor en las calles de Vilanova i la Geltrú
"Que cada hora sientas el terror que sintió mi Laia contigo y el dolor de mi hijo, su hermano. Nadie te va a querer nunca, te deseo soledad eterna". Se llama Sonia, es la madre de Laia, de Guillem. El chico sale adelante con esfuerzo, crece, camina, como puede, marcado por el dolor. Laia no. La asesinaron en junio de 2018, cuando bajaba por la escalera del portal tras pasar la tarde con sus abuelos. El vecino del piso de abajo abrió la puerta mientras la niña pasaba, la cogió por la fuerza, la raptó. Su padre la esperaba fuera, en el coche para ir a casa, a escasos metros del portal. Tenía 13 años. No llegó.
Juan Francisco López Ortiz, su asesino, cumple condena. El Tribunal Supremo acaba de confirmar que no saldrá de prisión al menos durante los próximos 25 años y quizá nunca. "El monstruo que destrozó la vida de mi hija", cuenta Sonia, con más dolor que rabia, a CASO ABIERTO, portal de sucesos e investigación de Prensa Ibérica. "No hay condena que pague esto... A Laia no me la van a devolver. No vuelve a vivir. Laia se fue igual, sufrió igual, ha perdido la vida igual…", su voz tiembla, "demasiado dolor".
Tres sentencias describen el asesinato como atroz. La pequeña fue hallada en su casa, ya sin vida, cuando intentaba meter su cuerpo en una maleta. Nada más detenerlo, negó los hechos; luego confesó el crimen, pero dijo que pensaba que la niña era un ladrón que había entrado en su casa. Le declararon culpable. Recurrió. La última sentencia, firme, del Alto Tribunal, confirma la prisión permanente revisable por asesinar de una forma cruel, despiadada y perversa a la menor. Antes, la violó.
4 de junio de 2018. Laia, como muchos otros días, pasa la tarde con sus abuelos en un conocido barrio de Vilanova i la Geltrú (Barcelona). "Mamá, dile a la niña que baje, que ya estoy llegando". Es el padre de la pequeña que, como siempre, la va a recoger. Normalmente deja el coche en el mismo portal. Ese día, unas obras le obligan a aparcar unos metros más adelante.
Avisada, Laia se despide de sus abuelos. Mañana más. Les besa y, tras cruzar la puerta, baja el primer escalón. Sus abuelos viven en el segundo, son dos pisos hasta llegar al hall. La abuela de Laia, corre, como siempre, a la ventana para verla salir por el portal. Solo pasan un par de minutos cuando su hijo -el padre de Laia- vuelve a llamar.
"Ya ha bajado". Su abuela vuelve a la puerta, "¡Laia" "¡Laia!", no hay respuesta de la pequeña, Laia no está. Un vecino, del primero, que sube la escalera en ese momento, les dice que no se ha cruzado con la niña. Arrancan las dudas, quizá ha salido y no la han visto. Su abuela, desde el minuto uno, señala que ella estaba en la ventana, que no la ha visto salir.
Puerta por puerta
La búsqueda arrancó de forma inmediata. Aunque nadie la vio salir, por si era un error, se recorrieron las calles aledañas. Sin rastro. Policía Local se unió a la búsqueda, también algunos familiares. No aparece, Laia no está.
Mientras sus padres interponían la denuncia por desaparición ante Mossos d’Esquadra, dos tíos de la pequeña, acompañados de los agentes locales, centraron la mirada en el portal. Llamaron puerta por puerta. No era difícil. Por cada planta había dos.
En el segundo piso la niña no estaba, pues una de las viviendas era la de los abuelos y su abuela la había visto bajar. Enfocaron al primer piso. Uno era del vecino que entró en el mismo momento y aseguró que no se había cruzado con ella, el otro tardó en abrir.
En esa casa estaba Juan Francisco López. No vivía en la vivienda, era hijo de los propietarios. Había regresado de un viaje a China y había acabado allí. Estaba solo en el domicilio -aunque pocos lo sabían- porque su padre acompañaba a su madre en sus últimas horas de vida en un hospital.
Olor a lejía
El suelo estaba mojado, el cubo de la fregona tenía agua teñida de rojo y un fuerte olor a lejía impactó a todos nada más abrir. Esquivo, no lo puso fácil, pero lograron entrar: Laia apareció, estaba ahí. Fueron solo dos horas lo que duró la búsqueda, pero ya no pudo hacerse nada por la pequeña.
Estaba en una habitación, sentada en el suelo con los pies juntos y el cuerpo hacia adelante; "su cabeza estaba dentro de una maleta, como si hubieran intentado introducirla en el interior", describió un agente en sede judicial.
Cruel, perverso y despiadado
La descripción de la escena, desgarra. "Se trató de un acto cruel de principio a fin y con una maldad absoluta sabiendo lo que hacía, como lo hacía y lo que estaba sufriendo la niña", afirma la sentencia del Tribunal Supremo.
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