Esta es una antigua ley. Tan vieja como el primer hombre. Tan pronto
como Caín y Abel vinieron al mundo y se convirtieron en hombres, Dios
hizo una proclamación práctica de esta ley que “sin fe es imposible agradarle.” Caín y Abel, en un día muy soleado erigieron dos altares, uno junto al otro. Caín tomó de los frutos de los árboles y de la abundancia de la
tierra y colocó todo sobre su altar. Abel trajo de los primogénitos del rebaño, poniéndolo sobre su altar. Se iba a decidir cuál de los dos sacrificios
aceptaría Dios.
Caín había traído lo mejor que tenía pero lo trajo sin fe. Abel trajo su
sacrificio, con fe en Cristo. Ahora, ¿cuál sería mejor recibido? Las ofrendas eran iguales en valor; en lo relativo a la calidad, eran igualmente buenas. ¿En cuál de esos altares descendería el fuego del cielo? ¿Cuál consumiría el Señor Dios con el fuego de Su agrado? Oh, veo que la ofrenda
de Abel arde y que el semblante de Caín se ha decaído, pues a Abel y su
ofrenda Jehová miró con agrado, pero no miró con agrado a Caín ni a su
ofrenda.
Así será siempre, hasta que el último hombre sea reunido en el cielo.
Nunca habrá una ofrenda aceptable que no esté sazonada con la fe. No
importa qué tan buena sea, con la misma buena apariencia de aquella
que tiene fe: sin embargo, a menos que la fe esté con ella. Dios nunca la
aceptará pues Él declara: “Sin fe es imposible agradar a Dios.”
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en la Ciudad de México. Oren porque el Espíritu Santo de nuestro Señor
los fortifique y anime en su esfuerzo por traducir los sermones
del Hermano Spurgeon al español y ponerlos en Internet.
Sermon #107 – Volumen 3