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LA MUERTE DE LA MUERTE
EN LA MUERTE DE CRISTO:
por John Owen
Primera parte.
UN TRATADO DE LA REDENCIÓN Y RECONCILIACIÓN QUE HAY EN LA SANGRE DE CRISTO;
EL MÉRITO DE ELLA, Y LA SATISFACCIÓN OBRADA POR ELLA:
EN EL CUAL SE AFIRMA EL PROPÓSITO CORRECTO DE LA MUERTE DE CRISTO;
SE ASIGNAN LOS EFECTOS Y FRUTOS INMEDIATOS DE ELLA,
CON SU EXTENSIÓN EN CUANTO A SU OBJETO;
Y SE DISCUTE COMPLETAMENTE TODA LA CONTROVERSIA
SOBRE LA REDENCIÓN UNIVERSAL.
LA MUERTE DE CRISTO: SU PROPÓSITO Y EFECTO
I. El propósito en la muerte de Cristo
PRIMERO, ¿quieren saber el propósito y la intención con la que Cristo vino al mundo? Preguntémosle a Aquel que conocía su mente y todos los secretos del corazón de su Padre. Él nos dirá que el “Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido” (Mateo 18:11), para recuperar y salvar a los pobres pecadores perdidos. Esa fue su intención y su designio, como se afirma nuevamente en Lucas 19:10. Pregunten también a sus apóstoles, que conocían su mente, y les dirán lo mismo. Así dice Pablo en 1 Timoteo 1:15: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”. Ahora, si preguntan quiénes son estos pecadores hacia los cuales Él tiene esta intención y propósito lleno de gracia, Cristo mismo les dice en Mateo 20:28 que vino para “dar su vida en rescate por muchos”.
En otros lugares, estos pecadores son llamados creyentes, en contraste con el mundo. Porque Él “se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos de este presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre” (Gálatas 1:4). Esa fue la voluntad y la intención de Dios: que Cristo se diera a sí mismo por nosotros, para que fuéramos salvos y separados del mundo. Ellos son su iglesia: Efesios 5:25-27 dice: “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviera mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa y sin mancha”. Estas últimas palabras también expresan el objetivo y fin de Cristo al darse a sí mismo por alguien. Lo hizo para que fueran hechos aptos para Dios y acercados a Él. Una afirmación similar se encuentra en Tito 2:14: “Él se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras”. Así, la intención y el designio de Cristo y de su Padre en esta gran obra son claros y evidentes. Sabemos cuál fue y hacia quiénes fue dirigido, es decir, para salvarnos. Fue para librarnos del mundo malo, para purificarnos y lavarnos, para hacernos santos, celosos, fructíferos en buenas obras, para hacernos aceptables y llevarnos a Dios. Porque a través de Él “tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes” (Romanos 5:2).
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