Torres Blancas es un centinela de hormigón que monta guardia a las puertas de Madrid. Un manifiesto brutalista con 70 metros de alto y 23 niveles que nació a mediados de los sesenta de la mano de Javier Saénz de Oiza. El arquitecto navarro coronó el inmueble con una piscina ovalada y, en la penúltima planta, dispuso un restaurante con interfonos y montaplatos que comunicaban directamente con las viviendas. Hoy el hueco ciego de aquel delivery sin repartidores atestigua en casa de Carlos Salazar el fracaso de una utopía de ciudad vertical para las clases altas. “Querían vivir de otra manera”, asegura este vecino de Torres Blancas. El establecimiento cerró en 1985 y, en su lugar, se crearán ocho nuevos apartamentos de lujo que han reabierto el debate sobre los usos actuales del patrimonio protegido.
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