Los quinquilleros ya no me quieren
y los murciélagos nunca me vienen a ver,
y las nieves de ayer platearon mis sienes
igual que a Gardel, y este hielo,
que contigo no sabe qué hacer,
si fundirse o volverse a romper,
me ha vestido de miedo,
por eso cimento mis pies.
Los pregoneros me andan buscando,
las hojiblancas están que no viven por ver
si me tiro del tren, colmado de tumbos,
y vuelvo a volver a su lado,
como un pródigo arroyo de ron
que se seque al sentir su calor,
que agusane las horas
y al cielo le arranque el faldón.
Y me he sentado a la mesa
de aquellos que besan por última vez,
regalando pavesas que incendian la piel,
muriendo de sed;
que han robado a la luna
su manta y su cuna por verme crecer
sin prisa ninguna.
El gallinero quererme quiere,
yo no me dejo y, de lejos, lo escucho latir,
que si solo me vi no fue por bellaco,
que fue por cerril y agorero.
Y, aunque quise cambiar de color,
las agujas dijeron que no,
que nací ceniciento y será
cenicienta mi voz.