Lorena limpiaba con cuidado una mesa cerca del ventanal del restaurante, mientras observaba de reojo a los invitados elegantes que llenaban el lugar. La noche era especial, con un evento de gala organizado para un grupo exclusivo de empresarios locales. El ambiente estaba impregnado de risas contenidas, el tintineo de copas de cristal y murmullos sobre negocios y acuerdos. Aunque cansada después de un largo día, Lorena mantenía su sonrisa amable y su postura profesional. Era su manera de afrontar los días difíciles, su forma de demostrar que, aunque su vida no había sido fácil, podía mantenerse fuerte y digna.
Al fondo del salón, el sonido de una cucharilla golpeando contra una copa llamó la atención de todos. Un hombre de traje caro, con el cabello perfectamente peinado hacia atrás, se levantó para dar un breve discurso. La mayoría de los asistentes, incluyendo a doña Clara, la dueña del restaurante, se volvieron hacia él, aplaudiendo suavemente. Lorena aprovechó ese momento para recoger una bandeja y caminar hacia la cocina. Allí, sus compañeros conversaban en voz baja, algunos comentando sobre los invitados, otros quejándose del trabajo pesado.
—Lorena, ¿todo bien? —preguntó Marcos, un joven lavaplatos que siempre parecía preocupado por ella.
—Sí, solo un poco cansada —respondió Lorena, esforzándose por mantener su tono ligero.
Pero apenas regresó al salón, escuchó una voz fuerte y furiosa que rompió el ambiente elegante.
—¡Falta mi collar! —gritó el mismo hombre que minutos antes había dado su discurso. Su tono atrajo todas las miradas hacia él. Los murmullos cesaron, y el silencio invadió el lugar.
El hombre giró la cabeza, buscando a alguien en quien descargar su enojo, hasta que sus ojos se posaron en Lorena.
—¡Tú! ¡Eras la última que estuvo cerca de mi mesa!
Lorena se detuvo en seco, sintiendo cómo su corazón comenzaba a latir con fuerza.
—Señor, no he tomado nada —respondió, su voz firme pero cargada de nerviosismo.
El hombre no la escuchó.
—¡Revisa su bolso! —exigió, señalándola con un dedo.
Antes de que Lorena pudiera reaccionar, doña Clara, que había estado observando todo desde la entrada, intervino.