Cecilia caminaba rápidamente hacia el coche que había causado el accidente, con pasos firmes y una respiración pesada de quien no podía creer lo que acababa de presenciar. Cada mirada que lanzaba hacia su vehículo abollado parecía alimentar la indignación que crecía dentro de ella.
Su mente bullía: sabía cuánto había luchado para conseguir ese coche, cuánto representaba su esfuerzo, su independencia. Pero ahora, reducido a un montón de metal retorcido, parecía ser otra prueba de cómo la vida insistía en ponerla a prueba.
Quería respuestas, y las quería de inmediato. Fue entonces cuando vio al hombre salir del coche que había causado el daño.
Era alto, con hombros anchos que podrían intimidar a cualquiera, pero lo que más llamaba la atención era la expresión en su rostro. No era de arrepentimiento, ni de preocupación. Estaba irritado, como si el hecho de haber causado el accidente fuera un detalle insignificante.
Cecilia se dio cuenta de inmediato de que ese hombre cargaba algo más pesado. Sus movimientos eran apresurados, pasaba las manos nerviosamente por el cabello mientras soltaba un suspiro impaciente. Fue entonces cuando vio la placa de identificación en su cinturón: era un policía. Pero eso, en lugar de calmarla, solo la enfureció aún más.
“¡Oye! ¿Crees que puedes salir así nomás? ¡Mira lo que hiciste con mi coche!”, exclamó Cecilia, su voz cargada de indignación. Se detuvo a pocos metros de él, señalando el daño. Había algo en el tono de su voz que exigía atención, algo que decía que no estaba dispuesta a dejar pasar aquello.
El hombre se giró lentamente, con los ojos fijos en ella, mezclando irritación y desprecio. No parecía interesado en escuchar lo que Cecilia tenía que decir. En lugar de eso, levantó una mano como si le dijera que se detuviera. “Escucha, señorita, fue solo un accidente. No hace falta tanto escándalo.”
Las palabras salieron de su boca de manera cortante, casi burlona. Ni siquiera miró su coche, como si el estado del vehículo fuera irrelevante.
Cecilia sintió el pecho apretarse, como si su falta de respeto fuera una cuchilla afilada.
“¿¡Escándalo!? ¡Destruiste mi coche y tienes la audacia de decirme eso?! ¡Mira bien esto!” Gesticulaba, señalando los restos del coche, tratando de hacerle ver la gravedad de la situación. “¿¡Tienes idea de cuánto tiempo trabajé para poder comprar este coche?! ¿¡Y ahora llegas y haces esto?!”
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