Cuando un dolor agudo me atravesó el estómago, llamé a mi novio, suplicándole que me llevara al hospital. Sin embargo, del otro lado de la llamada solo recibí risas y música. —Si te duele el estómago, ve al hospital —me dijo, casi como si fuera una broma. Resulta que mi amigo ya había regresado, organizando una fiesta de bienvenida para él. —Oh, por cierto —continuó en tono desenfadado—, perdí un juego de "Verdad o Reto", así que tengo que bloquear a una amiga. Solo tengo a ti y a mi amigo en mis contactos. —Será temporal, después del juego lo desharé —añadió. Pero pasó un mes, y nunca me desbloqueó. El día de mi fiesta, apareció con un ramo de flores, intentando detener la celebración. —Mientras regreses, siempre estaré aquí —me dijo. Besé a mi novio y, con una calma forzada, respondí: —Lo siento, pero ya no soy la misma. Más tarde, a la medianoche, el dolor en mi estómago se volvió insoportable, y volví a llamar a Herman. La agonía era tal que apenas podía sostener el teléfono. Pero, una vez más, al otro lado de la línea, solo se oían risas y música.
—Herman, mi estómago duele —logré decir, entrecortada por el dolor. —Si te duele, ve al hospital. Mi amigo está de vuelta, y le estoy haciendo una fiesta de bienvenida. —Ah, y perdí un juego de "Verdad o Reto". Tengo que bloquear a una amiga. Solo te tengo a ti y a mi amigo en mis contactos —repitió, sin detenerse para escucharme. Antes de que pudiera protestar, colgó. Inmediatamente, una notificación apareció en mi teléfono: me había bloqueado. Casi al mismo tiempo, llegó un mensaje de voz escalofriante:
—Perdiste el reto, así que tienes que bloquear a alguien. O a ella o a mí. ¿A quién elegirás? —Bloquearé a todos antes que tú me bloquees. —¿No se molestará? —No te preocupes, siempre es muy comprensiva. A la mañana siguiente, mientras Herman se calzaba los zapatos para salir, le recordé nuestro aniversario y le pregunté cómo quería celebrarlo. —Solo soy un tipo sencillo, no lo sé. Decide tú —respondió, sin inyectar ni una pizca de entusiasmo.