Mi ex prometido, con quien tenía un contrato de matrimonio, me dejó sin mirar atrás. Se enamoró de su primera amiga, su amor de juventud, y se fugó con ella al extranjero, dejándome sola y humillada frente a todos. Nunca lloré. Nunca hice una escena. Cinco años después, creyó que aún lo esperaba. Que al verlo regresar, correría a sus brazos, temblando de emoción. Pero en cuanto mi silueta apareció en la terminal del aeropuerto, su sonrisa confiada se congeló. Porque cuando estaba a punto de caminar hacia mí, de reclamar su lugar en mi vida… —¡Papá! Un niño pasó corriendo junto a él, ignorándolo por completo. El pequeño saltó a los brazos de un hombre alto y elegante que venía detrás de mí. Ese hombre me abrazó con naturalidad y, sin dudarlo, me besó. Cuando mi ex levantó la vista, su expresión cambió de inmediato. Porque el hombre que tenía a mi lado… era nada más y nada menos que su mayor enemigo. El regreso de Lucas coincidió con la salida de Julieta de la escuela, así que decidí llevarla conmigo al aeropuerto a esperarlo. Mientras caminábamos por la terminal, la pequeña tiró de mi mano con entusiasmo.
—Mami, quiero uno. Señalaba una tienda de dulces y bocadillos. Le compré un caramelo y le advertí con una sonrisa: —Si comes demasiado dulce, ten cuidado con las caries. Julieta abrió mucho los ojos y lamió el caramelo antes de sonreír con orgullo. —No tengo caries. —¿Ah, no? Abrió la boca, mostrándome sus dientes perfectos. —Mamá tampoco tiene caries. Mamá también ama los dulces. No pude evitar sonreír. Era cierto. Desde hace años, desarrollé el hábito de chupar un caramelo cuando mis emociones fluctuaban. Lo comía cuando estaba feliz. Lo comía cuando estaba triste. Ese hábito… me lo enseñó mi ex cuando estábamos juntos. El recuerdo me hizo apretar la mandíbula. ¿Por qué estoy pensando en él ahora? Sacudí la cabeza, queriendo borrar su imagen de mi mente. —¡Papá está saliendo! —gritó Julieta de repente, sacándome de mis pensamientos. Y ahí estaba. Lucas. Alto, con su postura impecable y esa presencia imponente que hacía que todos a su alrededor se volvieran a mirarlo.