Cuando trabajaba a medio tiempo como camarera, nunca imaginé que un día vería a mi novio en un banquete de cumpleaños, un evento que desvelaría una verdad que me dejaría sin palabras. Fue allí, en ese momento, cuando descubrí que provenía de una familia adinerada, una realidad que había estado oculta para mí durante tanto tiempo. Siempre había sido crítico conmigo, tildando las rosas de inútiles e imprácticas, pero esa noche, ordenó nada menos que 999 rosas para otra mujer, para celebrar el cumpleaños de una desconocida. Y por si fuera poco, esa mujer era yo. Observé en silencio, guardando mis sentimientos como si nada importara, y decidí irme sin decir palabra alguna. Esa misma noche, bloqueé toda su información de contacto y abandoné la ciudad. Pero fue entonces cuando todo se desmoronó. Perdió el control. Conocí a Andrés en la universidad, cuando ambos trabajábamos a medio tiempo en una cafetería cerca del campus. Él, con su camisa blanca impecable y sus rasgos profundos, parecía sacado de una novela: el príncipe universitario que se esforzaba por mantenerse mientras estudiaba.
A medida que nos fuimos conociendo, intercambiamos números, estudiamos juntos y hasta tomamos trabajos de medio tiempo en equipo. Gracias a su atractivo, todo el mundo en la universidad sabía que había un chico guapo trabajando en la cafetería, y las filas se hacían más largas solo para pedirle su número. Al principio, rechazaba educadamente las propuestas, pero cuando las cosas se salieron de control, me empujó hacia adelante y, con voz firme, dijo: "Ella es mi novia". Me sorprendió tanto que casi negaba su afirmación, pero la sinceridad en sus ojos me detuvo. Contra todo lo que pensaba, no lo desmentí y acepté el juego. Con el tiempo, me confesó sus sentimientos y lo que comenzó como una relación ficticia, se convirtió en algo real. Después de graduarnos, alquilamos un apartamento y nos mudamos juntos. Él, huérfano y con una vida modesta, y yo, de una familia pobre, ambos valorábamos profundamente el dinero. .