Cada individuo en este mundo se encuentra en una constante lucha contra el pecado, una especie de obstáculo persistente en nuestro camino, un adversario que perpetuamente acecha nuestra vida. Enfrentados a esta batalla contra el pecado, algunos optan por rendirse y se convierten en prisioneros de sus efectos, mientras que otros continúan resistiendo hasta el día de hoy. Dios es consciente de nuestras luchas y, sin importar cuán grave sea nuestro pecado, está decidido a perdonarlo y brindarnos una oportunidad para comenzar de nuevo, borrando nuestras faltas pasadas.